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Hoy en día los niños parecen llegar al mundo con un nuevo alambrado digital en su cerebro. Su ADN parece incrustado con los manuales del usuario para cualquier aparato que se les presente. Las anécdotas de pridigios digitales son interminables. Carlitos dio sus primero paso hace dos meses. Solo balbucea algunas palabras pero en cambio mueve su manita sobre el iPad de papá sin titubear, y con su dedo activa el juego de los pájaros, soltando una carcajada cuando comienza la música y la pantalla se llena de colores.

Estas mentes jóvenes cuentan con una fuerza natural muy poderosa: la curiosidad. Este deseo de explorar más allá, reforzado por una falta de temor a equivocarse, los ha equipado con una facilidad increíble para adoptar tecnologías. Por primera vez en la historia de la humanidad los jóvenes conocen más que los mayores sobre alguna disciplina.

Sin embargo, los “baby boomers” y generaciones posteriores se están espabilando. A medida que se deciden a oprimir el botón de la curiosidad y le pierden el miedo a la tecnologÍa, comienzan a adentrarse en un mundo digital al que llegan cargando una mochila llena de experiencias que solo el tiempo otorga. Es ahí donde reside la gran oportunidad para que nuestra generación transmita a través de esta nueva modalidad de contacto humano un conjunto de valores que tanta falta les hace a los más jóvenes. Claro está, no podemos llegar sermoneando. Seremos más efectivo si reconocemos su individualidad y llevamos mensajes que calen de manera creativa.

Imagínese un ejercito de adultos mayores repartiendo muestras de valores, tal como lo hacen en las grandes tiendas con membresía, “Joven, pruebe este sabor….se llama Compasión por los Mayores. Es muy bueno para regalar, pero mejor aún cuando en un futuro le toque recibirlo. Lo consigue en la sección de alimentos no perecederos.” En otro pasillo: “Hola, pruebe esta rica fruta para su niño. Se llama Disciplina, y aunque es un poco dura al masticar, le va a saber deliciosa cuando le unte una capa de caramelo de cariño. Verá en pocos años que buena idea fue dársela.”

A la última generación que crecimos con lápiz y papel en mano, nos toca ahora agarrar el teclado y la pantalla para inculcar esos mismos valores a las generaciones más jóvenes. Este podría ser uno de nuestros grandes legados.

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